El término brujería incluye una amplia variedad de fenómenos. La palabra witch[1] deriva del sustantivo del Inglés Antiguo wicca, “hechicera”, y del verbo wiccian “lanzar un hechizo”. El concepto original de la brujería es la hechicería, una red de conocimientos y prácticas cuyo propósito es manipular la naturaleza en beneficio del cliente de la bruja. Se ha llamado brujería a tres fenómenos bastante diferentes.
El primero es la hechicería simple, que se puede encontrar en todo el mundo en casi cualquier periodo y cultura. La segunda es la llamada brujería diabólica de finales de la edad media y principios de la edad moderna en Europa. La tercera es le renacimiento pagano del s.XX.
Hechicería Sencilla
La más simple de las hechicerías es la representación mecánica de una acción física para producir otra, como mantener relaciones sexuales en un campo recién sembrado para asegurar una buena cosecha o clavar agujas en una imagen para causar dolor. A pesar de todo, la hechicería suele ir más allá de lo meramente mecánico para invocar la ayuda de los espíritus. Clavar agujas en la imagen de una divinidad normalmente se hace para liberar el poder divino latente más que para causarle daño, pero ese poder también puede conseguirse pidiéndolo directamente. Por ejemplo, un miembro de la Tribu Lugbara de Uganda fue herido, se dirigió al templo de sus ancestros muertos e invocó su ayuda. La distinción entre la invocación mágica de una divinidad y la oración religiosa a una divinidad no está muy clara, pero la tendencia de la magia es a exigir, o al menos asegurar, la ayuda de la divinidad, mientras que la tendencia de la religión es implorar o rogar su cooperación.
La Hechicería Sencilla, a la que también se llama Baja Magia, suele encontrarse entre los no-educados y no-sofisticados. Asume una visión mágica del mundo, implícita y preconscientemente, a diferencia de la sofisticada visión mágica del mundo de los Altos Magos como los astrólogos y los alquimistas, cuya filosofía suele estar muy estructurada. La Alta Magia se diferencia bastante de la Baja Magia, o hechicería simple, y nunca ha recibido el nombre de Brujería. La visión mágica del mundo sostenida explícitamente por los Altos Magos y mantenida implícitamente por los hechiceros es la creencia en un universo coherente en la que todas sus partes están relacionadas y se afectan las unas a las otras. En semejante universo existe una relación entre los seres humanos individuales y las estrellas, las plantas, los minerales y otros fenómenos naturales. Tanto la ciencia como la magia asumen cosas, pero donde la ciencia busca conexiones empíricamente demostrables, la magia asume un nexo de lo oculto, conexiones escondidas. La Alta Magia se parece a las ciencias naturales; la Hechicería Simple se parece a la tecnología. Un hechicero fertiliza su campo cortándole cuello de un gallo sobre él a medianoche, un tecnólogo lanzando excrementos sobre él al amanecer.
Los procesos mentales de la hechicería son intuitivos en vez de analíticos. Normalmente nacen de experiencias emocionalmente cargadas que se convierten en un incidente crítico en la vida de uno mismo. En un cabreo maldices a alguien que te ha ofendido; justo después esa persona muere; te sientes lleno de sensaciones de poder y culpa; por lo tanto te convences de que ciertos poderes están a tu disposición. La metodología empírica ignora esos eventos críticos porque no se pueden verificar mediante repeticiones, pero las sociedades cuya visión del mundo no se basan en el empirismo reconocen esos eventos como evidencias directas y convincentes.
Los Azande del sur de Sudan distinguen tres tipos de hechicería. Una es la magia benévola que incluye a oráculos, adivinos y amuletos; se centran en promover la fertilidad y la buena salud y rechazar a los malos espíritus. Esta magia benévola era un media aceptado para conseguir justicia en la sociedad Azande. El segundo tipo de hechicería se centraba en dañar a aquellos que uno odia o estaba resentido con, tal vez sin causa justificada. Un medio de retorcer y desequilibrar la justicia, se condenaba como antisocial. El tercer tipo es peculiar de los Azande: la posesión de mangu, un poder espiritual interior que un varón Azande puede heredar de su padre y una mujer de su madre. Aquellos que poseen mangu tenían reuniones nocturnas en las que festejaban y practicaban magia; usaban un ungüento especial que les hacía invisibles; enviaban a sus espíritus para que cogieran y se comieran las almas de sus víctimas; tenían relaciones sexuales con demonios en la forma de animales. Representaban el mal elemental y la fuente del terror de los demás Azande. Aunque los Azande los utilizaban como magníficos chivos expiatorios; cada vez que la mala suerte caía sobre una comunidad Azande o un individuo Azande se les podía echar la culpa a los odiados mangu.
La hechicería normalmente cumple cierta función social. En algunas sociedades se mezcla con la religión pública, y un sacerdote o sacerdotisa representara los actos rituales para hacer llover, hacer crecer la cosecha, procurar la paz, o asegurar a victoria en la batalla. Cuando se realizan esos actos en público y por el bien del público, están tan cerca de la religión como lo están de la magia y generalmente se considera que tienen una función social positiva. Pero cuando se realizan en privado y con propósitos privados, se los mira con sospecha. Los cultos Vudú de Haití y Macumba de Brasil hacen distinciones formales entre la hechicería religiosa pública y la hechicería privada; la última se condena. La distinción entre magia pública y privada suele ser muchas veces la distinción entre “buena” y “mala” magia.
La hechicería tiene varias funciones sociales: aliviar tensiones sociales; definir y sostener los valores sociales; explicar y controlar fenómenos terroríficos; dar un sentimiento de poder sobre la muerte; reforzar la solidaridad de la comunidad contra los foráneos; proveer de chivos expiatorios a los desastres comunitarios; incluso proveer algo como una ruda justicia. La hechicería privada tiene además las funciones de dar al débil, sin poder y pobre un modo de conseguir venganza. En periodos de grandes tensiones sociales, como plagas o derrotas en la guerra, el recurrir a la hechicería se hace más intento y común. En semejantes situaciones las brujas mismas se pueden convertir en chivos expiatorios para una comunidad cuya magia ha fallado. Bajo esas circunstancias de tensión, los antropólogos han observado que la hechicería puede ser disfuncional, y exacerbar y prolongar las tensiones sociales en vez de relajarlas.
Los doctores brujos, hombres medicina o curanderos[2] son hechiceros que por definición tienen una función positiva en la sociedad, ya que su ocupación es curar a las victimas de los efectos de la magia malévola. Los individuos consultan a los doctores brujos para conseguir alivio para una enfermedad u otros infortunios atribuidos a la brujería; las autoridades tribales o de la aldea los llaman para combatir las sequías u otras calamidades públicas. Bailes u otros rituales, como los que realizan los bailarines ndakó-gboyá de la tribu Nupe, sirven para detectar y repeler brujas y malos espíritus. Los ndajó-gboyá llevan disfraces altos, cilíndricos e identifican a los hechiceros apuntando con estos extraños disfraces. Esa hechicería protectora asume una importancia social especial en tiempos de hambruna, guerra u otro severo estrés para la comunidad.
La brujería es menos un cuerpo bien definido de creencias y acciones que un termino general que incluye diferencias marcadas en las percepciones entre las sociedades y dentro de una sociedad concreta a través del tiempo. Entre los Nyakyusa de Tanzania se creía que los hechiceros malévolos podían pertenecer a cualquier genero. Se los acusaba muchas veces de comerse los órganos internos de sus vecinos o de retirar la leche de un rebaño. Los Pondo de África del Sur creían que las brujas eran mujeres cuyo crimen principal era haber tenido relaciones sexuales con espíritus malévolos. Una razón para esta diferencia es que los Nyakyusa tenían seguridad sexual pero no nutricional y así expresaban su inseguridad en términos de comida, mientras que los Pondo tenían más inseguridad sexual y así expresaban sus miedos de forma sexual. La función de la brujería ha cambiado entre los Bakweri de Camerún a través del tiempo. Antes de 1950 los Bakweri se veían amenazados por la pobreza y una baja fertilidad, y trasladaban estas amenazas a un extendido miedo a la hechicería. En la década de los 50 del s.XX su estatus económico mejoró radicalmente debido a un estallido del consumo de bananas. La nueva prosperidad desencadeno una purga catártica de sospechosos de hechicería y luego un declive de las acusaciones y un periodo de relativa calma. En la década de los 60 las malas condiciones económicas volvieron, y el miedo a la hechicería revivió.
Los patrones de hechicería existen virtualmente en todas las sociedades actuales y han existido en todas las sociedades pasadas. Las sociedades grecorromanas clásicas y hebreas de las que nació la sociedad occidental incluían una amplia variedad de brujería, desde los rituales públicos que se mezclaban con la religión a las actividades de retorcidas brujas descritas por el poeta clásico Horacio. Vestidas con harapos, con semblantes pálidos y viciosos, descalzas y pelo enmarañado, se encontraban de noche en lugares solitarios para clavar en la tierra sus pezuñas e invocar a los dioses de ultratumba. Los Griegos tenían una teórica distinción entre tres variedades de magia. La más alta era la theourgia, un tipo de liturgia pública “trabajando con cosas que pertenecen a los dioses (theoi)” en las que la magia y la religión se mezclaban. Mageia fue la siguiente variedad; sus practicantes trabajaban con magia técnica en privado para ayudarse a si mismos o a sus clientes. Goeteia era la forma más baja; “gritadores” de encantamientos y mezcladores de pociones, sus practicantes eran rudos, ignorantes y ampliamente temidos.
La hechicería de la mayoría de culturas incluía encantamientos que se suponía que invocaban espíritus para ayudar al hechiceros. En muchas sociedades las conexión entre la hechicería y los espíritus no se formulaba explícitamente. Pero tanto en el pensamiento grecolatino como en el hebreo la conexión estaba definida y elaborada. Los Griegos creían que todos los hechiceros hacían uso de la ayuda de espíritus llamados daimones o daimonia. Un “demonio” Griego podía ser tanto malévolo como benévolo. Podía ser casi un dio (teso), o podía ser un simple espíritu. Según Plotino (205-270 a.C) y otros neoplatónicos, los demonios ocupaban un rango ontológico entre los dioses y la humanidad. Los Hebreos desarrollaron gradualmente la idea de los mal´akh, originalmente manifestaciones del poder de Dios, más tarde espíritus independientes enviados como mensajeros de Dios. En las traducciones griegas del hebreo, mal´akh se convirtió en angelos, mensajero. Los Cristianos al final identificaron a los “ángeles” con los “demonios” griegos y los definió como seres ontológicamente situados entre Dios y la humanidad. Pero un elemento diferente ganó influencia a través de los apocalípticos escritos del periodo helenístico (200 a.C-150d.C): la creencia en espíritus malignos liderados por Satan, señor de todo mal. La idea tenía precedentes limitados en el pensamiento Judío anterior aunque ganó importancia en el periodo Helenístico debido a la influencia del Mazdeismo iraní, o Zoroastrismo. Bajo tal influencia los cristianos dividieron a los daimones griegos en dos grupos, los ángeles buenos y los malvados demonios. Los demonios se suponía que eran ángeles que, bajo el liderazgo de Satán, se rebelaron contra Dios y por lo tanto se convirtieron es espíritus malvados. Los Hechiceros se supone que empleaban espíritus para cumplir su voluntad, pero los ángeles bajo el mandato de Dios no podían ser obligados; así que se suponía que alguien que practicara la hechicería fácilmente podría estar apelando a la ayuda de malvados demonios. Esta la idea de la segunda variedad principal de la brujería, el llamado diabolismo de finales de la Edad Media y el periodo Renacentista en Europa.
Brujería Europea.
Aunque la hechicería sencilla ha existido siempre, un nuevo tipo de brujería diabólica evoluciono en la Europa medieval y principios de la edad moderna. El concepto Cristiano del demonio transformó la idea del hechicero en la de bruja, consorte de demonios y sierva de Satán. Desde 1880 este tipo de brujería diabólica ha sido sujeto de cuatro corrientes principales de interpretación. La primera, enraizada en el liberalismo clásico decimonónico, percibía la brujería como una invención de los supersticiosos y codiciosos eclesiásticos deseosos de perseguir a las brujas para aumentar su propio poder y fortuna. La segunda escuela, la de Margaret Murray, argumentaba que la brujería representaba la supervivencia de la antigua religión pagana de la Europa pre-Cristiana. Esta religión (que nunca existió en la forma coherente en que ella creía) se suponía que era la religión de la mayoría de las gentes hasta el s. XVII, aunque fue sujeto de constantes persecuciones por parte de las autoridades cristianas. La teoría de Murray tuvo una gran influencia entre 1920 y 1950; sin apoyo de ninguna evidencia creíble, ahora es rechazada por los estudiosos. La tercera escuela enfatiza la historia social de la brujería, buscando analizar los patrones de las acusaciones de brujería en Europa tal y como los antropólogos hicieron con otras sociedades. La cuarta escuela enfatiza la evolución de la idea de brujería desde elementos gradualmente unidos durante los siglos. Muchos estudiosos pertenecen a alguna de las dos últimas escuelas.
Desarrollo Histórico.
El primer elemento de la brujería diabólica fue la hechicería simple, que existía en Europa como en el resto del mundo. Persistió durante el periodo de la caza de brujas y persiste de hecho hasta el presente. Sin este elemento fundamental, la brujería no habría existido. El segundo, aspecto relacionado fue la supervivencia de la religión pagana y el folklore en la Europa Cristiana, o mejor dicho la supervivencia y transmutación demostrable de ciertos elementos del paganismo. El Canon Episcopi, un documento legal del reino franco escrito alrededor del 900 a.C, condena a las “malvadas mujeres…que creen que salen por la noche sobre bestias con Diana, la diosa pagana…Semejantes fantasías son puestas en las mentes de la gente sin fe no por Dios, sino por el Diablo”. La Cabalgata Salvaje con Diana (el nombre clásico aplicado a la diosa teutónica de la fertilidad Hilda, Holda, o Bertha) fue una forma de “caza salvaje”, una tropa de espíritus que se cree que cabalgaban x la noche soplando sus cuernos y matando a cualquier humano que tuviera la temeridad o mala suerte de encontrárselos.
Otro elemento del desarrollo de la brujería diabólica en Europa fue la herejía Cristiana. La formulación clásica de la brujería fue establecida en el s.XV. Sus elementos principales fueron:
1)Pacto con el Diablo.
2)Repudiar a Cristo formalmente.
3)Encuentros nocturnos secretos.
4)Las Cabalgatas x la noche.
5)Insultar la Eucaristía y el crucifijo.
6)Orgías
7)Infanticidio Sacrificial.
8)Canibalismo
Cada uno de estos elementos deribaron de unos u otros cargos realizados contra los herejes medievales. La herejía se convirtió en el medio mediante el cual la hechicería se vinculó al Diablo. En el primer juicio formal contra herejes en la Edad Media, en Orleáns en 1022, se dijo que los acusados celebraban orgías bajo tierra por la noche, llamaban a espíritus malvados, mataban y quemaban niños concebidos en orgías previas y usaban sus cenizas en una blasfema parodia de la Eucaristía, para renunciar a Cristo e insultar al crucifijo, y rendían homenaje al Diablo. La historia de estos cargos se remonta hasta al menos la corte de Antioco IV Epiphanes de Siria (176-165 a.C), que vertió acusaciones similares contra los Judíos; los paganos romanos los usaron contra los Cristianos, y los primeros Cristianos los usaron contra los gnósticos. Un pedante de principios del siglo XI debió resucitar estos cargos de los registros patrísticos de la herejía gnóstica y los aplicó al grupo de Orleáns, aplicando el pensamiento arquetípico común en la Edad Media: un hereje es un hereje, y cualquier cosa que un hereje haga el otro también debe hacerla. Así que la idea de herejía, más que una herejía real en si misma, se convirtió en la base de la conexión entre la herejía y la hechicería. Algunos grupos herejes posteriores, como la secta del Espíritu Libre, también fueron acusados de crímenes diabólicos similares. No se acusó a todos los herejes de esta manera, a pesar de todo. En general las acusaciones se limitaron a aquellos que tuvieran cierta conexión con el dualismo, la doctrina que decía que no había uno sino dos principios eternos. Uno malvado y otro bueno, los dos principios luchaban por el control del cosmos. La influencia dualista en la mayoría de las herejías medievales era indirecta, pero entre los Cataros fue tan directa como pronunciada.
El Catarismo fue una herejía dualista importada a la Europa occidental desde los Balcanes en 1140. Fuerte en el sur de Francia y el norte de Italia durante un siglo, dominó la cultura del Languedoc y el Midi durante los años cercanos a 1200; fue suprimida por la cruzada Albigense y erradicada por la Inquisición. Los Cátaros creían que la materia, y el cuerpo humano en particular, fueron creaciones del dios malvado, cuya intención era retener el espíritu aprisionado en la “asquerosa tumba de la carne”. El dios malvado es Satán, señor del mundo, regente de todas las cosas materiales y manipulador de los deseos humanos hacia ellas. Dinero, sexo y éxito mundano fueron el dominio del Diablo. Estas doctrinas acercaron más al Diablo al centro de atención de lo que habían estado desde los tiempos de los Padres del Desierto mil años antes. Aunque fuera para refutar las teorías de los Cátaros, los teólogos escolásticos tenían que admitir al Diablo. La designación catara de Satán como señor de las cosas del mundo podría haber llevado a quien deseara esas cosas en la dirección de la adoración a Satán.
La teología Escolástica fue el siguiente elemento principal en la formación del concepto de la bruja. La tradición que se remonta a los primeros padres de la iglesia sugirió que la comunidad Cristiana, que formaba el místico cuerpo de Cristo, se oponía a un grupo que formaba el cuerpo místico de Satán formado por paganos, herejes, Judíos, y otros no-creyentes. No era solo el derecho sino el deber de los Cristianos luchar contra este mal interior. Las vidas de los santos y las leyendas de las duras luchas de los padres del desierto contra las fuerzas demoníacas mantubo esa tradición con vida, y fue reforzada con el dualismo Cátaro. Entre los siglos XII y XIV los Escolásticos desarrollaron la tradición del cuerpo de Satán, refinaron sus detalles, y le dieron una subestructura racional. Extendieron el reino del diablo explícitamente para incluir a los hechiceros, a quienes consideraban una variedad de herejes. La brujería simple se convirtió, en el pensamiento escolástico dominante de finales de la Edad Media, en instrumento del Diablo.
El vínculo entre hechiceros, herejes, y Satán fue la idea del pacto. La idea de pacto fue popularizada en el siglo VIII por las traducciones de la leyenda del siglo VI sobre Teofilo. En esta historia, Teofilo era un clérigo que vendió su alma al Diablo a cambio de promoción eclesiástica. Se encontró con el Demonio a través de un mago judío y firmó un pacto forma con el “maligno” para poder cumplir sus deseos. Los Escolásticos derivaron un número de siniestras ideas de la leyenda de Teofilo. Su teoría transformó a la persona que firmaba el pacto de una parta contratante relativamente igual a un abyecto esclavo de Satán que abjuró de Cristo, rindió homenaje feudal al “Señor Oscuro”, y besó los genitales o trasero de su señor como señal de su sumisión. Los Escolásticos también ampliaron la idea del pacto para incluir el consentimiento implícito tanto como el explícito. Uno no tenía que firmar realmente un contrato para ser miembro del ejército de Satán; cualquiera –hereje, bruja, Judío, Musulmán- que se opusiera a sabiendas a la comunidad Cristiana, esto es, el cuerpo de Cristo, era acusado de haber hecho un pacto implícito con el Diablo y ser uno de sus sirvientes.
El cambio de la filosofía Platónica a la Aristotélica en los siglos XIII y XIV reforzó el proceso de demonizar a las brujas. El pensamiento platónico permitía la existencia de una magia natural, moralmente neutral entre el milagro divino y la ilusión demoníaca; pero el aristotelismo borró la magia natural y negó la existencia de las fuerzas ocultas naturales. Si no existía la magia natural, se entendía que esas maravillas eran realizadas tanto por milagro divino como por impostura demoníaca. Los magos explotaban las fuerzas naturales, y como Dios y los Ángeles no pueden ser obligados, ni explotados, los poderes con los que trabajaban los hechiceros debían ser demoníacos, aunque no lo supieran explícitamente. Así la lógica escolástica catalogó a la brujería simple como brujería demoníaca.
La Teología, entonces, realizó una conexión lógica entre la brujería y la herejía. La herejía es cualquier creencia persistentemente mantenida en contra de la doctrina ortodoxa. Uno que utiliza demonios sirve al Diablo en vez de a Dios, y si uno sirve al Diablo, uno reconoce que la teología correcta implica servir al Diablo en vez de a Dios: esta era la peor herejía imaginable.
El elemento final en la transformación de la hechicería en brujería diabólica fue la Inquisición. La conexión de la hechicería con la herejía significó que la hechicería podía ser perseguida con mucha más severidad que antes. Las leyes tardo romanas contra la hechicería eran extremadamente severas, pero durante principios de la Edad Media la hechicería simple, o la magia natural, se trató con relativa indulgencia. Muchas veces se ignoraba; cuando se detectaba, no llevaba a más que una bastante leve pena. Los elementos de la hechicería simple se incorporaron a la práctica Cristiana, como se ve en la combinación de las plegarias cristianas con los hechizos paganos que se decían comúnmente con los sacerdotes de parroquias en Inglaterra durante los siglos X y XI. Las penas por herejía, por otra parte, eran severas. La supresión de la herejía en los primeros años de la Edad Media fue inconsistente, pero en 1198 Inocencio III ordenó la ejecución de aquellos que persistían en la herejía después de haber sido condenados y excomulgados. Entre 1227 y 1235 una serie de decretos establecieron la Inquisición papal. En 1223 Gregorio IX acusó a los herejes Valdenses, que fueron de hecho moralistas evangélicos, de adorar a Satán. En 1252 Inocencio IV autorizó el uso de la tortura por parte de la Inquisición, y Alejandro IV (1254-1261) les dio jurisdicción sobre todos los casos de hechicería que implicaran herejía. Gradualmente casi toda la hechicería se vio incluida bajo la rúbrica de la herejía.
La Inquisición nunca estuvo bien organizada o ni fue particularmente efectiva; de hecho, la mayoría de los casos de brujería fueron juzgados ante cortes seculares. De todas formas, la Inquisición aportó un ingrediente esencial de la caza de brujas: los manuales inquisitoriales. Estos manuales explicaban a los inquisidores que signos de satanismo debían buscar, que preguntas hacer, y que respuestas esperar. Obteniendo las respuestas que esperaban usando la tortura o bajo amenaza de tortura, los inquisidores introducían sin cuidado las respuestas en los informes formales, que luego se añadían al cuerpo de “evidencias” que decían que las brujas volaban, adoraban al Diablo, o sacrificaban niños. Es bastante difícil que nadie en esa época practicara el satanismo, pero también es difícil que el Satanismo fuera algo ampliamente desperdigado. La gran mayoría de los acosados eran inocentes, al menos de diabolismo.
La Locura Brujeril.
El número de las ejecuciones por brujería se medía en cientos hasta el final de la mitad del s.XV, pero desde 1450 a 1700 –el período Renacentista y los orígenes de la ciencia moderna- unos cien mil pudieron morir en lo que se ha llamado la Locura Brujeril o la Gran Caza. La caza de brujas puede explicarse por la diseminación, durante un periodo de malestar social intenso, de los elementos intelectuales esquematizados por la Inquisición, las cortes seculares, y por encima de todo, los sermones. La popularidad de los sermones a finales de la Edad Media y la Reforma explica como las creencias sobre las brujas se diseminaron en un periodo cuando los movimientos intelectuales de liderazgo, como el nominalismo y el humanismo, despreciaban o incluso ignoraban la brujería. Por ejemplo, el místico Johannes Tauler, que era capaz de una gran sofisticación teológica, era capaz de explotar una sensacionalista demonología en sus sermones para imprimir su mensaje didáctico en sus congregaciones. La invención de la prensa de imprimir hizo su parte a la hora de desperdigar el mal. En 1484 el Papa Inocencio VIII proclamó una bula confirmando el apoyo papal a los procedimientos inquisitoriales contra las brujas, y esa bula se incluyó como prefacio al Malleus Malleficarum (El Martillo de las Brujas), un libro escrito por dos inquisidores dominicos. Publicado en 1486, el Malleus tuvo muchas ediciones en muchos idiomas, vendiendo más copias en las regiones Protestantes y Católicas que cualquier otro libro excepto la Biblia. El Malleus detallaba coloridamente las actividades diabólicas y orgiásticas de las brujas y ayudaban a persuadir a la opinión pública sobre una conspiración cósmica dirigida por Satán que amenazaba a toda la sociedad Cristiana.
El miedo a las conspiraciones cósmicas aumenta en períodos de alta tensión social. Los siglos XV y XVI fueron testigos de un aumento de la ansiedad escatológica, una extendida creencia en el Anticristo, el retorno del Salvador, y la transformación del mundo estaban a la orden del día. Cuando la división religiosa entre Católicos y Protestantes se amplió durante el s.XVI y estalló en forma de guerra religiosa, los temores escatológicos se profundizaron. Los Católicos veían a los Protestantes como soldados de Satán enviados para destruir la sociedad cristiana; los Protestantes veían al Papa como el Anticristo. El terror a la brujería y las persecuciones de las brujas creció tanto entre las regiones católica y protestante, llegando al punto álgido entre 1560 y 1660, cuando las guerras religiosas estaban en su peor momento. No había diferencias significativas que distinguieran el punto de vista católico del protestante respecto a la brujería. Los Protestantes, que rechazaban muchas de las partes de la doctrina del medioevo, aceptaban las creencias sobre las brujas sin casi modificaciones. Lucero declaró que todas las brujas deberían ser quemadas como herejes coaligadas con Satán; las persecuciones en las regiones regidas por los Calvinistas fueron comparables a las de las católicas o luteranas. Millones fueron perseguidos y millos fueron aterrorizados e intimidades durante uno de los más largos y extraños engaños de la historia. La Caza estuvo restringida casi exclusivamente a la Europa occidental y sus colonias. Ya que el diabolismo no tiene virtualmente significado fuera del esquema conceptual cristiano, no podía extenderse a áreas no cristianas. Aunque la iglesia cristiana oriental compartía las mismas creencias en los poderes de Satán como la iglesia occidental, no experimentaron la caza de brujas. La ausencia de la caza de brujas en la iglesia oriental ilustra la hipótesis que dice que para que se desate una caza, se requieren tres elementos:
1)la estructura intelectual apropiada.
2)la mediación de esa estructura desde una élite al resto de la gente.
3)tensión y miedo social marcados.
Los escépticos como Johann Meyer (fl.1563) y Reginald Scot (fl.1584), que escribieron contra la creencia en la brujería, eran rarezas y muchas veces recibían como compensación a sus esfuerzos la persecución; Weyer, por ejemplo, fue acusado de brujería. Más típicos del período fueron los eruditos trabajos del Rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia (†1625). Personalmente aterrorizado por las brujas, Jacobo apoyó su persecución, escribió un libro en su contra, apoyó el estatuto de 1604 contra el pacto y la adoración al Diablo, y encargó una traducción de las escrituras (la Versión Autorizada de la Biblia del Rey Jacobo) que deliberadamente tradujeron algunas palabras hebreas (como kashshaf) como “bruja” para crear frases como “No permitirás vivir a una bruja”, que apoyaba el deseo del rey de suprimir toda brujería legalmente. En 1681 Joseph Glanvil aún fue capaz de publicar una popular segunda edición de un trabajo que apoyaba la creencia en la brujería diabólica. Pero para esa época la Caza de brujas estaba decayendo. En el pensamiento científico y cartesiano no había sitio para la brujería; las autoridades eclesiásticas y civiles estuvieron de acuerdo con que las persecuciones de brujas se les habían escapado de las manos; y la sociedad Europea estaba asentándose en dos siglos (1700 a 1900) de relativa paz y prosperidad. La mayor explosión de ese período fue la Revolución Francesa; ocurrió en un contexto intelectual (la Ilustración) en la que era imposible creer en las brujas. La sociedad europea encontró otras ideas con las que demonizar a los aristócratas, los Judíos, los comunistas, los capitalistas, los imperialistas, o quienquiera que fuera elegido como objeto de odio. La fecha de la última ejecución por brujería en Inglaterra fue 1684, en América 1692, en Escocia 1727, en Francia 1745, y en Alemania 1775.
Brujería y Sociedad.
La función social más importante de la creencia en la brujería diabólica es la del chivo expiatorio. A veces este proceso era consciente y cínico, como cuando Enrique VIII añadió la brujería a la lista de cargos contra Ana Bolena. Muchas veces más era algo inconsciente. Si uno es impotente, o la cosecha de uno se pudre, o enferma, ayuda culpar a la bruja, no solo por que alivia la culpa de uno sino que creer que una bruja causa los males de uno le da a uno la ilusión de ser capaz de arreglarlos. Si Dios o el destino han causado tu problema, no tienes remedio; si una bruja lo ha causado, puedes recuperarte una vez que la bruja es encontrada y castigada.
Otra función de la creencia en la existencia de la brujería fue promover la cohesión de las comunidades Cristianas postulando un enemigo externo poderoso. Así que las brujas sirven con un propósito similar a los enemigos en la guerra moderna, ya que unen a la gente contra una amenaza común.
Los historiadores han visto correlación entre las acusaciones de brujería y la posición social. Las personas entre edades de 40 y 60 eran las comúnmente acusadas; las acusadas tenían menos hijos de lo normal; pocas veces se acusaba a los niños de brujería, pero se solía creer que eran sus víctimas; las personas acusadas de brujería previamente habían sido acusadas de otros crimines de una manera más frecuente de lo normal, especialmente por lenguaje ofensivo, mentir, robar y ofensas sexuales. Refunfuñar de manera continuada, personalidad agresiva, y las maldiciones aumentaban las posibilidades de uno de ser acusado. El estatus social de los acusados por brujería era normalmente bajo o medio bajo, aunque a veces se implicaba a magistrados, mercaderes y otras personas adineradas. Cualquiera conectado con la medicina, especialmente las matronas, era fácil victima de sospechas, ya que la enfermedad y la muerte fácilmente podían ser atribuidas a la brujería.
La correlación social más llamativa se da entre la brujería y las mujeres. Aunque en ciertas áreas y por breves períodos de tiempo se acusó a más hombres que a mujeres, lo opuesto ha sido casi siempre lo cierto, y durante casi toda la historia de la caza de brujas las mujeres superaron a los hombres al menos en 3 a 1. En Nueva Inglaterra, por ejemplo, el 80% de los acusados fueron mujeres. En el s.XVI había más mujeres viviendo solas que hombres. Dada la estructura patriarcal de la sociedad europea de la época, una mujer viviendo sola sin el apoyo de un padre o un marido tenía poca influencia y muy poco apoyo legal o social para sus problemas. Esas mujeres muchas veces daban la espalda a la sociedad con crímenes clandestinos como la hechicería que eran difíciles de detectar. También tendían x naturaleza a gruñir y maldecir más que las personas que tenían cierta influencia real en la sociedad. Una mujer anciana, físicamente débil, socialmente aislada, financieramente incapaz, y sin poder legal solo podía esperar defenderse con sus hechizos. Pero la explicación solo se asienta parcialmente en las condiciones sociales específicas. La misoginia que une a las mujeres con la brujería nace de raíces psicológicas profundas y antiguas. C.G.Jung, Mircea Eliade, Wolfgang Lederer, y otros han comentado la poderosa ambivalencia de lo femenino en las religiones, mitologías, y literatura dominadas por los hombres. El punto de vista masculino sobre el arquetipo femenino es tripartito: es la virgen dulce y pura; la madre amantísima; la viciosa y carnal meretriz. Desde el s.XII, la sociedad Cristiana desarrolló un símbolo obligante que encarnaba a los dos primeros arquetipos en la Bendita Virgen María, Madre de Dios. Mientras el poder del símbolo de la Virgen Madre crecía, el lado oscuro, la bruja, tenía que encontrar un punto de escape para su correspondiente poder. En las antiguas religiones politeístas el lado oscuro del arquetipo femenino ha sido integrado con el lado luminoso de las imágenes moralmente ambivalentes de diosas como Artemisa. Separado del lado positivo del arquetipo, la imagen cristiana de la bruja se volvió completamente malvada. En el período de la Caza de Brujas, esta imagen con un solo lado fue proyectado sobre los seres humanos, y la bruja, no era ya una simple hechicera, se convirtió en la encarnación del mal. La otra asunción androcéntrica en las religiones dominadas por lo masculino reforzó la conexión. Dios, el poder en jefe del bien, era imaginado en términos masculinos, y por lo tanto el diablo, el poder en jefe del mal, también se suponía que fuera masculino. Como se creía que los seguidores del Diablo se sometían a él sexualmente, se supuso naturalmente que tenían que ser mujeres, algunas de las cuales describían el sexo con el Diablo de manera muy literal.
La escalada de juicios de brujas en Salem, Massachussets, en 1692 ha sido objeto de cuidadosos análisis sociales. Aunque la primera ejecución de una bruja en Nueva Inglaterra en 1647, fue en Salem en 1692, cuando la locura estaba desapareciendo en Europa, donde las colonias produjeron su más espectacular serie de juicios de brujas, en las que 19 personas fueron ejecutadas. Después de que un grupo de niñas se volvieran histéricas mientras jugaban a la magia, sus mayores sugirieron que podrían haber sido víctimas de un hechizo, y comenzó la caza de brujas. En ese momento la villa de Salem estaba en medio de una larga disputa que tenía que ver con la iglesia. Un ministro poco popular, John Bayley, fue sustituido por otro controvertido, Samuel Parris, en 1689, justo cuando Inglaterra estaba sufriendo una revolución y las líneas de autoridad se habían difuminado. Los ciudadanos se dividieron en dos grupos, uno a favor y otro en contra de Parris, y como no había forma estructurada de expresar la disensión, su liberación tomó la forma de insultos y acoso.
La explosión fue una expresión violenta de divisiones morales profundamente sentidas; las divisiones morales se generaban por una disputa sobre la forma de dirigir la iglesia, y la disputa por la forma de dirigir fue exacerbada por unos problemas familiares y vecinales muy fuertes. Samel era una villa pequeña, premoderna, en la que todo el mundo se conocía, una situación que empujaba a la gente relacionar los eventos desafortunados con individuos poco populares y de echarles la culpa de todos sus problemas. Intensamente religiosos hasta un grado casi sin parangón en Europa en esa época, los Puritanos de Nueva Inglaterra no podían ver el sufrimiento de su villa en términos puramente políticos, naturales o personales. Lo interpretaron en términos religiosos, como la manifestación de la lucha cósmica entre Cristo y Satán, el bien y el mal. La tradición de la creencia en la existencia de la brujería fue el vehículo perfecto adaptado a las expresiones de esas asunciones. Muchas ciudades y pueblos tenían controversias políticas sin tener que convertirse en centro de la locura de brujas; claramente semejantes controversias no producen automáticamente acusaciones de brujería y no pueden ser considerados su causa. Los estudiosos más sofisticados dan todo el peso a la historia de los conceptos religiosos y evitan correlaciones simplistas entre los fenómenos externos y las creencias en brujas. Los desastres y las controversias pueden producir acusaciones de brujería solo en presencia de ciertos sistemas de valores. Pero semejantes tensiones sociales, una vez que esos sistemas de valores están presentes, pueden provocar la explosión de la persecución de la brujería.
Brujería Moderna.
Los siglos XVIII y XIX en Europa, con su secularismo, cientificismo, y progresismo, no favorecían la creencia en brujas de ninguna manera. Aunque ya para el siglo XIX se había establecido la base para un nuevo cambio, que se convertiría en el tercer tipo principal de la brujería: el neopaganismo. Franz-Josef Mone, Jules Michelet, y otros escritores de mediados del siglo XIX sugierieron que la brujería Europea realmente era un ampliamente diseminado culto a la fertilidad superviviente del paganismo pre-Cristiano. Semejantes argumentos influenciaron a los antropólogos y folkloristas en el cambio del siglo, como James Frazer, Jessie Weston, y Margaret Murray. Un documento fraudulento titulado Aradia: El Evangelio de las Brujas fue publicado por Charles Leland en 1899. Diciendo que era la evidencia que demostraba que la brujería era la supervivencia de un culto de fertilidad, Aradia influenció a Murray y otros antropólogos de principios del siglo XX. Mientras tanto, el interés en lo oculto se puso de moda entre los intelectuales y poetas como Algernon Blackwood y Charles Baudelaire. Para principios del s.XX, el ocultismo gozaba de cierto grado de popularidad, especialmente entre los dandys y los bohemios, y los magos como Aleister Crowley, que se hacía llamar “La Gran Bestia”, atrajo a algunos seguidores. Sus doctrinas eran una mezcla de Alta magia, baja hechicería, afectado satanismo, hedonismo, argumentos histórico-filosóficos dudosos y mera ironía.
La tradición oculta de Crowley se mezcló con el espúreo culto de fertilidad antropológico de los seguidores de Margaret Murray durante 1940 y 1950 para producir un nuevo fenómeno. Por la época en la que Rober Graves estaba escribiendo su imaginativo y altamente improbable La Diosa Blanca (1948) sobre un supuesto culto mundial de una diosa lunar y terrestre, la brujería moderna estaba siendo creada en la mente de un señor inglés llamado Gerald Gardner. Según sus seguidores, Gardner, que nació en 1884, fue iniciado en la antigua religión en 1939 por una bruja de New Forest llamada la Vieja Dorothy Clutterbuck. De hecho, Gardner inventó la religión basandose en sus lecturas de los seguidores de Murray y Aleister Crowley, y sus experiencias en organizaciones ocultas como la Orden Hermética de la Aurora Dorada y la Orden del Templo de Oriente de Crowley. La aseveración de Gardner sobre su estatus como mediador de una antigua religión era espurea, pero lanzó un creciente movimiento religioso que ha ganado muchos seguidores, especialmente en los países anglo-sajones. Cuales quiera que fueran sus orígenes, se ha convertido en un pequeño movimiento religioso por derecho propio.
El número de brujas repartidas por el mundo debe ser menos de 100 mil. Hay numerosos grupos cismáticos. Los mandamientos de la brujería han evolucionado incluyendo la reverencia por la naturaleza expresada en el culto a una diosa de la fertilidad y (a veces) un dios; un hedonismo restringido que aboga por la indulgencia en los placeres sensuales siempre que esa indulgencia no dañe a nadie; la práctica de magia en grupo dirigida (normalmente) a la sanación u otros propósitos positivos; rituales coloristas; y liberación de las culpas y las inhibiciones sexuales. Rechaza el diabolismo e incluso la creencia en el Diablo argumentando que el Diablo es una doctrina Cristiana, no pagana. Ofrece un sentido del principio femenino en su figura divina principal, un principio casi completamente olvidado en el simbolismo masculino de las grandes religiones monoteístas. Y su paganismo ecléctico promueve una sensación de variedad y diversidad a su divinidad principal.
Este neopaganismo moderno tiene pocas conexiones con la hechicería simple, y virtualmente ninguna con el diabolismo. De hecho el diabolismo casi ha dejado de existir a finales del s.XX, aunque se pueden encontrar algunos Satanistas auto-nombrados aquí y allí. Entre otros problemas, el Satanismo sufre una dolorosa contradicción: para adorar a Satan, los satanistas lo redefinen como bueno de acuerdo con sus propios puntos de vista ritualísticos y hedonistas. La hechicería simple, por otro lado, continúa floreciendo en todo el mundo. Los Curanderos en Méjico y Sudamérica aún practican la curación con hierbas y encantamientos. El miedo a los hechiceros persiste tanto como la hechicería en sí. En Alemania aquellos que sospechan que son víctimas de hechicería maléfica aún llaman al Hexenbanner, doctores-brujos profesionales que venden remedios, hechizos y contrahechizos para proteger a sus clientes de la brujería.
A veces la hechicería ha sido trasmutada por conceptos tomados del Cristianismo u otras religiones más sofisticadas. El Vudú, por ejemplo, es una religión sincrética formada por religiones del oeste de África, hechicería, religión cristiana y folklore. Se ha convertido en la religión real de mucha gente de Haiti, incluyendo aquellos que nominalmente son católicos. Los seguidores del vudú rinden culto a los lwa (espíritus) a quienes los católicos llaman demonios; los seguidores del vudú aseguran que los lwa son moralmente ambiguos y pueden ser llamados para el bien o para el mal. Las prácticas Vudú están en el área sombría entre la religión y la magia: es difícil definir la forma de llamar a estos espíritus tanto como plegaria como encantamiento. Aunque los propios seguidores distinguen entre la religión, que es buena, y la hechicería, que siempre es maligna tanto si ha funcionado mecánicamente o con la ayuda de los lwa. La hechicería Vudú, es una mezcla de elementos europeos y africanos, que incluyen encantamientos, hechizos, el uso de imágenes, hacer llover, y el culto a los muertos.
En los cultos sincréticos como el Vudú Haitiano y el culto Macumba de Brasil, es difícil diferenciar los elementos nativos de los cristianos, particularmente debido a la similitud de los temas en todo el mundo que parece preceder cualquier difusión cultural. Uno de los aspectos más sorprendentes del estudio de la brujería es que las brujerías europea, africana o asiática, todas, postulan lo siguiente: las brujas normalmente son mujeres y la mayoría viejas; se encuentran de noche, dejando sus cuerpos o cambiando sus formas; chupan la sangre o devoran los órganos internos de sus víctimas; matan niños, los comen, y a veces se llevan su carne a sus encuentros secretos. Las brujas vuelan por los aires desnudas en sus escobas u otros objetos; tienen espíritus familiares; bailan en círculos; celebran orgías indiscriminadas; seducen a gente durmiente. Las similitudes van más allá de la posibilidad de la coincidencia o la difusión cultural; la explicación más sencilla es que esas ideas tienen una base arquetípica en la herencia psíquica compartida por toda la humanidad.
Conclusiones.
La brujería seguirá siendo examinada teológicamente, históricamente, mitológicamente, psicológicamente, antropológicamente, y sociológicamente. Pero una explicación solitaria no puede explicar por completo el fenómeno: incluso juntas no parecen dar con la comprensión total de semejante sujeto de estudio. La brujería vive en la tierra sombría donde los consciente y lo inconsciente se mezclan, donde la religión, la magia, y la tecnología se tocan ligeramente en la oscuridad. Sus formas son tan variadas que no se puede decir que representen algún tipo de expresión cuasi-religiosa. La moderna brujería neo-pagana es una religión natural, naif, genial. La brujería simple se suele encontrar normalmente al otro lado del límite con la magia aunque frecuentemente se combina con la religión en dos formas importantes: se suele incorporar a la liturgia de la religión pública; sus encantamientos y hechizos se mezclan con los rezos. Los clérigos anglosajones de los s.X y XI, por ejemplo, cristianizaron encantamientos tomando de los magos el derecho a decirlos e introduciendo elementos cristianos en ellos. Introduciendo el signo de la cruz o una invocación a la Santísima Trinidad en un encantamiento pagano, los clérigos legitimaron la magia. Decían que todo lo que ocurría era resultado del poder de Dios y de su voluntad, y que el uso de hierbas y encantamientos simplemente apelaba a las benevolentes fuerzas que Dios había colocado en la naturaleza. Era esencial usarlos de manera reverente, comprendiendo que eran de Dios y que cualquier cosa conseguida a través de ellas se había conseguido solo por su voluntad.
La brujería simple puede ser tan buena como mala. La hechicería malvada, practicada para propósitos injustos o privados era universalmente condenada. Pero a finales de la edad media y principios de la moderna, en Europa, la hechicería malvada se mezcló con el diabolismo, siendo el resultado una dimensión diferente en el significado religioso de la brujería. Esta dimensión es la de una maldad trascendente, transpersonal o al menos trans-consciente.
El sentido de la bruja como una manifestación de una fuerza del mal incontrolable y superhumana no es particular del Cristianismo. Los Azande por ejemplo, consideran a la bruja como una fuerza del mal superhumana. La bruja suele estar en el límite entre los mortales y los espíritus; expresa las mismas características como la Lilita de los Sumerios, la Lilita de los Hebreos, y las ranggda de Malasia, espíritus malvados que vagan por el mundo de noche chupando sangre, matando niños, y seduciendo a hombres durmientes. En muchas sociedades la bruja se ve como un ser malvado completo. En el cristianismo, con su creencia en un superpoder del mal, la bruja se convirtió en el asociado humano del diablo, estrechamente asociada con demonios y ocasionalmente indistinguible de ellos. Se empezó a ver a la bruja como un peón de Satán, una herramienta usada en sus esfuerzos para destruir la humanidad y bloquear el plan de salvación de Dios. Así que la bruja era en el cristianismo un símbolo menos de ese mal transpersonal de quien Satán era su mayor símbolo.
Muchas personas sienten que el mal existe en el mundo a nivel mucho más allá de lo que se esperaría en la naturaleza, y muchos no están satisfechos con la tradicional argumento teológico que dice que el mal se alza del libre albedrío. Observamos gente realizando actos monstruosos de destructor y crueldad contra la comunidad y sus propios intereses; y sentimos en nosotros mismos urgencias monstruosas que trascienden a cualquier cosa que podamos desear conscientemente. Así que parece que existe un poder del mal que excede nuestras propias limitaciones, ignorancia y pecado. Este poder creciente, persuasivo, cuyo propósito es corromper y destruir el cosmos, puede percibirse como algo externo, o puede sentirse como si operara desde dentro del alma. En cualquier caso trasciende el consciente, y, como Jung dijo, uno puede llamarlo también el diablo. La bruja, mezclando los dos arquetipos de hechicera humana y demonio malvado, es una metáfora poderosa cuyo poder puede disminuir de cuando en cuando pero es casi imposible que desaparezca del todo.
Jerry Burton Russell.
[1] N. Del T: Bruja en inglés.
[2] N.del T: en castellano en el original.